Desde hace unas semanas,
para pedir una tarjeta única, incluso de la propia habitación, es necesario
apuntarse, y cuando se devuelve, se marca como devuelta. Es un poco más
incómodo que antes, cuando se llegaba a Conserjería, se pedía la única, te la
daban, y desaparecías con ella, con el eco de fondo aquel de “¡devuélvela,
¿eh?!”, del conserje de turno. Lo cierto es que se devolvían muy pocas, o más
bien habría que decir que se dejaban de devolver muchas. Tantas como más de mil
en menos de doce meses. Algo que no sitúa al borde de la quiebra a ningún
colegio mayor –tampoco al Loyola--, pero que no hay razón para seguir
consintiendo. Cuando un grifo gotea, normalmente no es que dispare el gasto de agua, pero lo lógico es evitar que gotee.
Si escribo sobre esto (un
tema menor, sin duda) es porque me han llegado algunas críticas –no muchas,
también es verdad-- a esta nueva medida, que hace más incómodo pedir una única.
En realidad, visto con objetividad, no es para tanto, solo los diez segundos de
rellenar la ficha. Y sin embargo, favorece su devolución; evita otras medidas
mucho más engorrosas (que las hay); y al final permite que se pueda mantener un
servicio gratuito que facilita la vida al colegial.
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