Madrid. 200 colegiales
Un sentimiento. 200 personalidades.
Una familia. 200 historias.
Un hogar. Colegio Mayor Loyola.
Quería hablar de compañerismo. De respeto y
tolerancia.
Quería hablar de un máster en convivencia y
empatía.
Quería hablar de crecimiento, de búsqueda y
de mucho aprendizaje.
Quería hablar de cenas y comidas. Bandejas.
Mesas. De todas las historias que podría relatar ese comedor.
Quería hablar de charlas improvisadas en
pecera [conserjería], a las que poco a poco se va uniendo más gente, y en las
cuales se puede saber cómo se empieza pero jamás cómo se termina.
De haber tenido un día horroroso en la
facultad, haber perdido el bus, caducado el bono transporte, discutido por
teléfono y suspendido el parcial; y a pesar de todo ello, llegar al colegio e,
inexplicablemente, no saber cómo pero acabar en cafetería o en alguna
habitación haciendo el imbécil y partiéndote de risa.
Quería hablar de esas épocas en las que la
biblioteca se convierte en tu casa, y tu compañero de al lado se acaba sabiendo
el nombre de todas tus asignaturas, las fechas de tus exámenes y hasta los
temas más importantes.
De asumir que ir a imprimir puede durar lo
mismo que la batalla de Troya, y poner una lavadora puede convertirse en una
odisea.
Quería hablar de deportes, ligas
intercolegiales y entrenamientos. De que en el fondo, todos sabemos que si gana
el Marqués es porque les dejamos.
Quería hablar de cenas-tertulia, conferencias
y coloquios, que junto al ambiente universitario y de diversidad colegial,
comienzan a cuestionarte nuevos planteamientos culturales, políticos y profesionales.
Oportunidades de ir abriendo ese horizonte que se nos está dando la oportunidad
de explotar.
Quería hablar de una sonrisa por el pasillo,
o un “¿qué tal el día?” en el ascensor.
De aulas, actividades y grupos. De aprovechar
la oportunidad de vivir con otros 200 jóvenes o incluso crear nuestro propio
periódico: “The Loyola Times”.
Quería hablar de fiestas colegiales, galas,
festivales de música, capeas y sangriadas. Pero principalmente, de todos
aquellos que están detrás organizando, preparando y barajando opciones para que
todo salga lo mejor posible y para que todos podamos disfrutar de ese día.
Quería hablar de personas que están
pendientes de compartir el último capítulo de la serie o la película que todos
queremos ver. De todos aquellos que viven las galas, bailes, teatros y
actividades colegiales detrás de la cabina, atentos a que todo salga a punto; y
de quienes nos permiten disfrutar de una película cada domingo o ver el último
capítulo de Juego de Tronos como si del más esperado estreno cinematográfico se
tratase.
De que como a alguien se le ocurra la infame
idea de meterse con tu Loyola, tardes menos de un segundo en saltar con uñas y
dientes si es necesario.
Quería hablar de ex colegiales que merecen
nuestro más sincero agradecimiento por todo el camino ya andado. De que aunque
“pasan los años, pasan los colegiales”, como dice nuestro himno, nos han
transmitido “ese sueño por el que vamos a luchar”.
De compañeros de aventura que se convierten
en amigos y de amigos que se convierten en hermanos.
Quería hablar de un personal que siempre está
a nuestra disposición, y que hace posible que todo esto sobre lo que estoy
escribiendo sea factible.
Quería hablar de que por encima de las
diferencias o los diversos puntos de vista, todos somos “loyolos”. Todos
estamos compartiendo el mismo escenario para esa obra de teatro que cada uno de
nosotros estamos creando.
Hablar de caídas y aciertos. De amores y
desamores. De triunfos y fracasos. De suspensos, y aprobados. Como decía una
colegiala:
De aprender a andar, pero aprender a andar
JUNTOS.
¿Y por qué no? Hablar de colegiales que
anoche nos dieron una lección de respeto, educación y saber estar. Un ejemplo
de cómo se resuelve un problema colegial, el modo y la forma de abordarlo; así
como la humildad para plantarse delante de un salón de actos lleno, reconocer
sus errores, pedir perdón y exponer sus ideas con la máxima educación y
respeto. Eso es colegio.
Quería hablar de venir al colegio para
“dejarse” en el colegio.
De comprender que lo creamos nosotros.
Porque, al fin y al cabo, el colegio son sus
colegiales.
De aprovechar cada oportunidad, conversación,
actividad y diversidad existente; pues somos unos auténticos privilegiados por
poder tener simplemente la opción de aprovechar todo lo que tenemos a nuestra
disposición.
De no entender de mitades y vivir esta etapa
al 200%, y de que cuando cada uno salga por “esa” puerta que tantas veces hemos
cruzado, sienta que una parte de él la ha dejado aquí. Y que el colegio es un
poquito mejor que cuando entró por primera vez.
Quería hablar de todo esto. Porque todo esto
es “hacer colegio” y anoche me sentí muy orgullosa de poder decir que forma
parte de la que para mí es mi CASA.
María
Fernández Lozano