martes, 9 de abril de 2013

El anonimato no ayuda a la convivencia



Algunos justicieros famosos como Batman, El Llanero Solitario o El Zorro, solo enmascarados podían  realizar su misión. Otros más históricos como Oskar Schindler (La lista de Schindler); Mark Felt (Deep Throat del caso Watergate); Tony Méndez (Argo), etc. no tenían más remedio que valerse del secretismo para acometer sus empresas. Les iba la vida en ello.
Sin embargo, también se escudan en el anonimato los calumniadores, chantajistas o quienes insultan o desestabilizan, amparados en que nadie sabe quiénes son. También ocultan su identidad los llamados ‘trolls’ de las redes sociales, que torpedean los foros, chats o blogs, provocando, molestando o difamando a otros. También lleva antifaz la representación clásica del ladrón. Y estos ámbitos comparten dos características: vileza y cobardía.
En estos últimos años creo que hemos demostrado –aunque seguro que alguien, anónimamente, lo discutiría-- que el Loyola no es precisamente un entorno tiránico ni totalitario en el que haga falta ocultarse para denunciar algo. No mantenemos un régimen del terror que impida criticar lo que os parece mal o, en general, expresarse con libertad por miedo a represalias. Otra cosa es insultar, faltar al respeto, romper notas o carteles ajenos, burlarse, mofarse… Y, claro, cuando alguien se mueve en este último terreno, es lógico que recurra al anonimato, justamente porque si tuviera que hacerse responsable de ello, si supiera que se va a saber que ha sido él, no se atrevería a hacerlo.
Es fácil atacar o ridiculizar desde el anonimato, pero no solo demuestra poco valor, sino que envenena la convivencia. Puede que sea eso precisamente lo que buscan quienes lo hacen. Pero aunque así fuera, el precio me parece muy alto: arriesgar la propia dignidad y dilapidar el respeto por uno mismo.
Están surgiendo entre vosotros signos muy ilusionantes y esperanzadores que apuntan a la mejora de la convivencia. Pero mientras no logremos erradicar completamente la práctica que permite a unos cuantos hacer lo que les da la gana escudados en el incógnito, mantendremos un cáncer en nuestro propio organismo. Y ¿cómo combatirla? Primero, no celebrándola, no riendo la gracia; después, además, denunciándola como se ha hecho estos días en cartelera. Generando la certidumbre a quien esté tentado de utilizar el anonimato para sus acciones de que, si se llega a conocer su identidad, el colectivo no va a ayudar a hacerle la vida agradable.
Se puede mostrar desacuerdo, criticar, oponerse a algo, quejarse, reclamar… Incluso queremos que lo hagáis. Lo agradecemos, nos ayuda a mejorar. Pero claro, civilizadamente, responsablemente. Y aunque firmar no implica poder decir cualquier cosa, porque la libertad de expresión no implica que vale todo, al menos esa vía es constructiva, la escuchamos y permite abrir un diálogo. La otra, la del anónimo, sin embargo, no merece el respeto de nadie.

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