Algunos justicieros famosos como Batman, El
Llanero Solitario o El Zorro, solo enmascarados podían realizar su misión. Otros más históricos como
Oskar Schindler (La lista de Schindler);
Mark Felt (Deep Throat del caso
Watergate); Tony Méndez (Argo), etc. no
tenían más remedio que valerse del secretismo para acometer sus empresas. Les iba la vida en ello.
Sin embargo, también se escudan en el anonimato
los calumniadores, chantajistas o quienes insultan o desestabilizan, amparados
en que nadie sabe quiénes son. También ocultan su identidad los llamados
‘trolls’ de las redes sociales, que torpedean los foros, chats o blogs,
provocando, molestando o difamando a otros. También lleva antifaz la
representación clásica del ladrón. Y estos ámbitos comparten dos
características: vileza y cobardía.
En estos últimos años creo que hemos
demostrado –aunque seguro que alguien, anónimamente, lo discutiría-- que el
Loyola no es precisamente un entorno tiránico ni totalitario en el que haga
falta ocultarse para denunciar algo. No mantenemos un régimen del terror que
impida criticar lo que os parece mal o, en general, expresarse con libertad por
miedo a represalias. Otra cosa es insultar, faltar al respeto, romper notas o
carteles ajenos, burlarse, mofarse… Y, claro, cuando alguien se mueve en este
último terreno, es lógico que recurra al anonimato, justamente porque si
tuviera que hacerse responsable de ello, si supiera que se va a saber que ha
sido él, no se atrevería a hacerlo.
Es fácil atacar o ridiculizar desde el
anonimato, pero no solo demuestra poco valor, sino que envenena la convivencia.
Puede que sea eso precisamente lo que buscan quienes lo hacen. Pero aunque así
fuera, el precio me parece muy alto: arriesgar la propia dignidad y dilapidar
el respeto por uno mismo.
Están surgiendo entre vosotros signos muy
ilusionantes y esperanzadores que apuntan a la mejora de la convivencia. Pero
mientras no logremos erradicar completamente la práctica que permite a unos
cuantos hacer lo que les da la gana escudados en el incógnito, mantendremos un
cáncer en nuestro propio organismo. Y ¿cómo combatirla? Primero, no
celebrándola, no riendo la gracia; después, además, denunciándola como se ha
hecho estos días en cartelera. Generando la certidumbre a quien esté tentado de
utilizar el anonimato para sus acciones de que, si se llega a conocer su
identidad, el colectivo no va a ayudar a hacerle la vida agradable.
Se puede mostrar desacuerdo, criticar,
oponerse a algo, quejarse, reclamar… Incluso queremos que lo hagáis. Lo
agradecemos, nos ayuda a mejorar. Pero claro, civilizadamente,
responsablemente. Y aunque firmar no implica poder decir cualquier cosa, porque
la libertad de expresión no implica que vale todo, al menos esa vía es
constructiva, la escuchamos y permite abrir un diálogo. La otra, la del
anónimo, sin embargo, no merece el respeto de nadie.
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