(Antes de entrar en
materia, cambio de color el texto: ¡para un comentario que recibo sobre mis
posts, aunque sea oral, ¿no lo voy a hacer caso?! Elegí un burdeos pero sale
rosa; solo pretendía que se distinguiera para que nadie que no quisiera leerlo
lo hiciera por error. Lo haré azul.)
“Llegar de pronto a tu
Colegio Mayor y pensar que te has equivocado.” ¿Alguien tuiteó esto? Podría
ser. El hall y la entrada a la cafetería se han llenado de roll-ups
(expositores enrollables) sobre Comercio Justo y –como decía alguno– no se
puede ni pasar. En parte de eso se trata, de que “moleste” un poco, porque
mientras no nos toca, no nos paramos a pensar cómo debe ser sobrevivir con 70
céntimos al día (para todo, no teniendo ya pagada la comida y la cama), como le
ocurre a una de cada cinco personas en la Tierra. O qué es cumplir siete, ocho,
nueve años trabajando en vez de en el cole, como pasa con 240 millones de niños
en el mundo...
Por eso hay que poner
expositores grandes y bien visibles, a veces, sí, un poco molestos. También a
eso responde la iniciativa del subdirector con varios colegiales, de instalar
un mercadillo solidario con productos de comercio justo y agricultura ecológica,
que vamos a ver estos días frecuentemente y, si todo va bien, también el curso
que viene con regularidad.
Aparte de que estas cosas
en un Colegio Mayor ayudan a romper la rutina y a salir del ciclo de
fiesta-salir-estudiar-capea-sangriada-conferencia-y-poco-más (iniciativas creativas
y originales dan la salsa a la vida en un CM, frente a la monotonía), ésta en
concreto tiene un valor añadido por su carga solidaria y ecológica, por poner,
aunque sea un rato, a los demás (los más desfavorecidos) y al planeta por
encima o por delante de nosotros mismos, de nuestro tiempo y nuestro ocio.
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